Una noche cualquiera.
Estas rodeado de gente, quizás familiares, quizás amigos.
Y entonces alguien se pone a contar anécdotas tuyas. Cosas que hiciste cuando eras pequeño. Aquellas travesuras. Aquellas bromas. Aquellos momentos sobre ti que quedaron grabados en la mente del quizás familiar, quizás amigo.
Alguien se pone a recordar.
Recuerdos.
Te suelen provocar sentimientos contradictorios. Porque a veces te traen de tu memoria recuerdos que hubieras preferido olvidar. Cosas que te hacen pensar acerca de la felicidad en tu infancia, tu adolescencia.
Y entonces alguien logra arrancarte una sonrisa. Rememorando aquella vez que le diste en la cara a una compañera de clase con una cascara de plátano. O aquella vez que estando de compras te fuiste a casa, y todos te buscaban, y tú, con 5 añitos, ya estabas echado en la cama.
En ocasiones logras darte cuenta de que las cosas que te marcan, los sucesos que mejor puedes evocar, son los malos.
Pero las cosas que marcan a la gente cercana, los sucesos que mejor pueden evocar, en su mayoría son buenos. En su mayoría.
Quizás lo que deberíamos hacer para recordar debería ser rodearnos una noche de nuestros seres queridos, y dejar que fluya.
Quizás a lo único que aspira el ser humano no es a vivir bien o tener muchos amigos, si no a dejar huella de nuestro paso.
Ser recordados.
Quizás por mucha gente, quizás por un par de personas. Quizás para bien, quizás para mal. Pero al fin y al cabo:
Ser recordados.
¿Seré capaz?
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